Miguelito vivía en el campo y era un niño feliz. Su madre trabajaba en Buenos Aires mientras él crecía bajo el cuidado de su abuela, quien lo preparaba con amor para ser un chico obediente, responsable y honrado.

Entonces la mujer falleció y la vida de Miguelito cambió. Tuvo que trasladarse con una tía a Asunción, donde la pobreza y el abandono lo envolvieron en sus redes amenazando con opacar la bondad de su alma. Miguel era inocente y soñador, cualidades mal vistas en la gente de escasos recursos, y su vida no fue fácil, pero nada de lo que vale la pena lo es.

Con coraje y las palabras de su abuela en su mente a cada instante, Miguel nunca dejó de soñar. Trabajó arduamente por salir adelante y construyó su futuro con ahínco, día tras día, escalón tras escalón. No solo logró sortear los obstáculos que la vida y el entorno se empeñaron en ponerle, sino que también, se ganó a esa chica... aquella que parecía intocable, inalcanzable, ajena a su mundo, pero que siempre había sido parte de él.